By Douglas Figueroa
Entre las tantas diversiones con que contábamos en el día a día, cada juego estaba de moda según la tradición en
las distintas épocas del año. Unos llegaban con gran euforia
y algarabía pero al poco tiempo la fiebre iba decayendo para dar paso a otras maneras de
entretenerse que pronto aparecían y los iban desplazando. Nuestro lugar
de esparcimiento mas frecuente era «La plazoleta», un amplio espacio abierto
que me quedaba en todo el frente de mi casa y ocupaba todo una manzana entre las
calles Juncal y Valdez, también llamada Cerro
Colorao. Este era el terreno baldío de una casona casi en ruinas, de
aspecto nocturno medio tenebroso que la llamábamos «El Alambique», pues allí en otros tiempos se molía caña de azúcar para la
producción de aguardiente y panelas de papelón.
En la plazoleta jugábamos casi
a diario y practicábamos los deportes populares habidos y por haber, junto con los
otros muchachos que vivían en las vecindades de La Playa, El Zamuro y Chamberí; con ellos improvisábamos unas caimaneras
de partidas de beisbol o volibol que muchos, a veces, jugábamos descalzos para que no se nos fueran a romper las
alpargatas.
La plazoleta la tenía justamente en
todo el frente de mi casa y era el lugar de esparcimiento para los juegos y las diversiones.
Cuando uno agarraba calle
para ponerse a jugar con los amigos, antes se aseguraba de haber cumplido con
las obligaciones diarias que tenía asignadas en la casa, y
mi mamá siempre estaba atenta para darme unos sermones
recordatorios. Cuando era para sallr a jugar beisbol y estaba ya listo
con pelota y guante, y el bate al hombro, mi mai interrumpía el pedaleo taca-taca
de su máquina de coser y volteaba hacia la puerta para recordarme,...
«Si vas a jugar pelota, mejor ponte las alpargatas
viejas que ya te las remendé y algo de suela les queda. No te lleves
las nuevas porque las vas a esguañangá también. Acuérdate de llevarte la
cachucha, mira lo picoso que está hoy ese Sol»
En cuanto a
los juguetes que utilizábamos para divertirnos, habían unos muy
sencillos que no necesitaban de tanta tecnología y eran de fabricación casera;
indudablemente que estos los disfrutábamos con mas placer y satisfacción porque algunos los hacíamos
con nuestras propias manos, utilizando materiales fáciles de conseguir y sin tener
que gastar ni un centavo.
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Estos son cuatro
juguetes de madera que estaban al alcance de todos los
bolsillos.
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El mecanismo de cada uno de estos juguetes
se fundamenta en las leyes de la física, y es algo que se aprovecha para analizarlos en las clases, buscando despertar el interés
de los alumnos al desentrañar
los principios físicos que los hacen funcionar. Sin duda que utilizar el juguete en el aula,
acompañado con una demostración en vivo como ejemplo de la vida cotidiana para ilustrar los modelos teóricos, constituye un valioso recurso
didáctico. Esto ayuda a aclarar de manera directa y sencilla los
conceptos y principios físicos involucrados que de otra manera resultarían mas complicados
de entender.
Los
juguetes encarnan fenómenos físicos muy interesantes y pueden estimular en el alumno curioso el
desarrollo del sentido común y la comprensión intuitiva del mundo real que lo
rodea; esto es algo difícil de conseguir con los mundos virtuales de los juegos
digitales que los han venido sustituyendo e imponiendo en el entretenimiento
actual de los niños.
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Los juguetes clásicos de antaño podrían parecerle aburridos a los muchachos de
hoy, pero son un bonito recurso didáctico para captar la atención del alumno y estimular su interés por la Física. | |
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El gurrufío zumbador
El «gurrufío» se basa en
los intercambios entre la energía potencial elástica que le suministramos a un
guaral al torcerlo y la energía cinética de rotación que adquiere un disco ensartado en el guaral, a medida que éste se enrolla y se desenrolla en
cada jalón; este juguete constituye un bonito ejemplo de aplicación para una
clase de física sobre el tema de la dinámica rotacional.
«El gurrufío es bien sencillo y muy facilito
de hacer. Búscate
un guaral y un botón en el cajón de la abuela, lo
ensartas por dos huequitos y le amarras los extremos. Le
das unas cuantas vueltas pa’ que se pueda enrollar. Jálalo
y aflójalo suavecito como si tocaras un acordeón, y
verás como gira y ronca al ritmo de cada templón»
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Gurrufíos
hechos con chapas de botellas de refresco aplanadas o de botones con huequitos
para ensartarles un guaral
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Hacíamos los gurrufíos con chapas metálicas
de botellas de refresco; luego de ser machacadas y aplanadas, se le abrían con un
clavo dos huequitos equidistantes de su centro; se le hacía pasar un guaral
por sus agujeros y se le amarraba un nudo en los extremos. Para ponerlo a funcionar se agarran los extremos de la
cuerda entre las manos y se extiende hasta colocarlo en posición horizontal.
Luego, una mano se deja quieta y con la otra se le hace dar vueltas y
mas vueltas para que la cuerda se retuerza y quede formando como una trenza. Al
jalar y destemplar, el disco se pone a girar hacia delante y hacia atrás, cada
vez con mayor rapidez. A medida que da vueltas, el
gurrufío alterna su energía de potencial a cinética y de cinética a potencial;
esto ocurre, gracias a las propiedades elásticas de la cuerda y a la inercia
rotacional del disco. Cuando el disco gira con suavidad y ritmo, al compas del movimiento de las
manos entonces comienza con sus sonoros ronquidos.
A veces se practicaban unas competencias muy
aguerridas y hasta peligrosas, parecidas a las peleas belicosas que veíamos en los escenarios de las galleras del pueblo.
Así como se preparaban los gallos afilándole las espuelas, los competidores también preparaban sus gurrufíos afilándole los bordes de la chapa metálica con una
lima o con una piedra hasta ponérselos bien cortantes. En un enfrentamiento, cada jugador va acercando su
gurrufío con hostilidad al del contrincante intentando cortarle su guaral. Pero para evitar accidentes imprevistos, también podíamos hacer el juego menos
arriesgado, si en vez de chapas de refrescos cortantes mejor utilizábamos botones de
cantos redondeados.
Las Pichas,
las Bolondronas y la Tirona
En los pueblos del Oriente le decimos «pichas» a las
bolitas de vidrio o cerámica que llevábamos en los bolsillos para jugar con los
amigos en la calle; estas pichas en otras regiones son llamadas metras o canicas. El nombre de picha que usamos es derivado del verbo inglés
«to pitch» para lanzar. En español, ya el verbo pichar
está aceptado para ser utilizado en diversas situaciones, como
cuando se lanza la pelota en el juego de beisbol
o cuando se le pide algo a un amigo: compai, píchame ahí una cervecita. También nosotros le decimos pichas a los caramelos porque en los desfiles de carnaval estas eran las chucherías que pedíamos que nos picharan desde las carrozas que veíamos pasar
por las calles en aquellos recordados tiempos de bochinches carnavalescos.
Las
pichas para jugar se distinguían según el tamaño en,
simplemente «Pichas» las pequeñas y «Bolondronas»
las que eran grandotas. Teníamos muchas
coloridas pichas y bolondronas para jugar al aire libre de diversas maneras, siempre en un espacio plano y preferiblemente, que fuera de
tierra. Cada uno tenía una picha preferida, que usualmente utilizábamos para lanzar
pues era la que tenía mejor puntería y por
eso era la mas querida; la llamábamos la «Tirona» y siempre se tenía bien guardada aparte en
un bolsillo.
Para el juego de «la riña»
trazábamos en la tierra una circunferencia con la punta de un palito y
luego todos colocamos adentro nuestras pichas. Los jugadores por turnos lanzaban desde afuera una picha para colisionar a las
de adentro y al sacarlas del círculo uno se la ganaba. Cada uno sigue
lanzando sus pichas hasta que falla; el juego termina cuando todas las pichas han sido sacadas del círculo.
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El juego de la «riña» consiste en colisionar las pichas desde afuera para sacarlas del
círculo, que pasan a ser del jugador que las sacó. El que se queda sin sus pichas se jodió.
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Con las pichas teníamos otro juego al cavar un huequito en la tierra de pequeña concavidad, que es el lugar a donde van a caer las pichas de los jugadores. Se pone una línea de tiro a cierta distancia, que
llamábamos «el guamo», y desde allí todos lanzan sus pichas hacia el
hoyo. El jugador que le quedó su picha mas cerca del hoyo tiene la preferencia de comenzar
el juego; luego cada uno trata de pegarle a las pichas de los demás, intentando
que caigan en el huequito, y estas serían las pichas que
va ganando.
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La picha del contrincante es golpeada para que esta vaya a caer dentro del «Huequito». Si se juega con «Socó», el que pierde la partida, tiene como penitencia poner su puño frente al huequito para que el ganador lo vaya fusilando
sin piedad, hasta que en algún rebote su picha termine por caer.
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En el juego con Socó, el resignado perdedor pagaba su penitencia colocando
su puño bien cerrado frente al hueco mientras que el ganador, con mucha saña le iba golpeando los dedos con su picha, y «mientras la picha no cayera en el huequito, iba dejándole muy hinchados los nudillos de sus
deditos».
Los Voladores y los Cigarrones
En
Oriente llamamos «Voladores» a los artefactos conocidos en otras partes del país
como «Papagayos,
Cometas o Volantines». Es un artefacto de papel que no
se cae gracias a la presión del viento contra su superficie ligera y resistente.
El papagayo con su postura correcta inclinada, puede volar bien alto al alcanzar un equilibrio
dinámico entre las fuerzas del aire y la tensión de la cuerda que sostenemos con
las manos desde el suelo.
«Quiero hacer un papagayo volador multicolor para
remontar las nubes y llegar donde está Dios» Serenata
Guayanesa
Los
voladores eran confeccionados de variados tamaños
y geometrías, conformadas por
un armazón de varillas livianas que van forradas con hojas de papel de seda
multicolores. Un clásico volador lo
podíamos armar en un santiamén, con un arco formado por una
varilla de coco tensada por un hilo que
luego pegábamos al papel untándole una pega de «Cautaro»
espaturrao, la frutica parecida a una uva que es un pegamento
natural. Le poníamos
luego unos largos rabos hechos de tiras de trapos
cuya función era de contrapeso y de timón para que el volador se estabilizara y no cabeceara en el aire. Luego
al anudársele un hilo pabilo a las
varillas de
la armadura se puede sostener con el ovillo jalándolo
desde el suelo.
Hacíamos también otro modelo mas sofisticado conocido como el «Cigarrón», con una
geometría poligonal
hecha con un armazón de palitos cruzados de «maguei». Este producía unos ronquidos como ese conocido animalito cuando le poníamos unos flecos de papel a
los costados, cuya vibración le hacía emitir el
agradable ronroneo.
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Un Volador sencillo era con un cuadro de papel pegado a dos
varillas, una en forma de arco. El Cigarrón era con tres varillas cruzadas y tensadas por un hilo para delinear un hexágono.
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Para remontar un volador y
que pronto agarre vuelo, hay que hacerle unas maniobras preliminares que provoquen la reacción del aire,
arriándolo al compás de las manos. Jalando o soltando el guaral con
habilidad y mesura es que se puede dominar las fluctuaciones de la brisa. En la época de Cuaresma cuando arreciaba el soplido del
viento, nos entraba la fiebre de ponernos a hacer los voladores para elevarlos bien altos en la plazoleta por ser un
espacio abierto que se tornaba muy ventoso.
Pasábamos
muchos ratos divertidos y placenteros; era un
hermoso espectáculo ver tantos coloridos voladores en el cielo con sus largos
rabos haciendo piruetas y jugándole la guayaqueta
al viento para luego cobrar gran altura y tener la sensación de que
tocaban el cielo. A veces nos asociábamos entre varios compañeros para fabricar
voladores de papel y ofrecerlos en venta, eran de muy variados tamaños y
colores que luego al exhibirlos en la sala de nuestras casas, salían volando
porque se vendían rapidito como pan caliente.
En
nuestra época de niños no se tenía conciencia del riesgo que implicaba volar los
papagayos durante las tempestades en las cercanías a los árboles o tendidos
eléctricos donde estos se podían llegar a enredar. Sabemos que las cuerdas al mojarse con
la lluvia se vuelven buenas conductores de la electricidad y al tratar de
jalarlas pueden acarrear fuertes descargas hacia las manos, con las conocidas fatales
consecuencias de quedar electrocutados.
Enlaces de interés:
· Peligros del juego con voladores en tormentas https://www.eluniversal.com/sucesos/68420/murio-uno-de-los-ninos-electrocutados-mientras-volaba-papagayos
Dándole a la rueda con un palito se puede andar mas rapidito
Los muchachos de la
barriada teníamos una «Rueda» en el
patio de la casa, esta era el aro metálico ya desechado de alguna bicicleta vieja,
o extraído de las llantas de cauchos de
carro ya inservibles. Entre
los amigos hacíamos competencias de carreras en campo abierto o por calles donde transitaran muy pocos vehículos. Echábamos el aro a rodar
siguiéndola por detrás con «un palito», uno iba guiándola por su canal; dándole y dándole para empujarla evitando
que no cayera, hasta lograr llegar de primero a la meta. Esa rueda también a uno
le servía como especie de vehículo simulado
de transporte rápido. Así cuando mi mai
me requería para un mandado con urgencia, me decía …
«Mijo,
agarra la rueda con el palito y ve rapidito donde la comai Camucha para que
le digas que ya puede venir a probarse su vestido»
Cuando uno salía para la calle y se llevaba «la rueda con el palito» para hacer algun «mandado express», eso no era mas que una «canbambería» como motivación para cumplir su diligencia con gran entusiasmo y
rapidez por ser bien entretenido, placentero y divertido.
La Tacarigua para surfear sobre las olas
La «Tacarigua» era nuestra versión primitiva y rústica de lo que hoy se conoce como la «tabla de surf». Era confeccionada a
partir de un tronco grueso y redondo del árbol del mismo nombre, cuya
madera es liviana de tipo balsa y muy suave de trabajar. Le quitábamos una tajada
para aplanarla por un lado y luego por una punta le hacíamos un corte puyúo para que simulara la proa de un
bote. Mi predilecto entretenimiento fue
siempre acercarme a las arenas de la Playa
aprovechando que la tenía a cuadra y media de mi casa, para disfrutar de unos
chapuzones de agua de mar. Tan pronto uno llegaba de la Escuela, dejaba el bulto a
un lado y se ponía el traje de baño para salir con la Tacarigua echada al hombro.
En la época de vacaciones escolares uno pasaba muchas horas de diversión
llevando sol y aguasalá, disfrutando un montón junto a mis
amiguitos de infancia. Cuando
habían fuertes oleajes en el mar, las aprovechábamos para echar carreras tumbados
sobre la Tacarigua y en las crestas de olas
altas nos dejándonos arrastrar hasta la arena, imaginándonos que estábamos en
competencias de botes de verdad.
Al caer la tarde y después de haber pasado largas horas en el
agotador día de playa, uno regresaba a la casa muy extenuado y con la piel tostaíta por el inclemente Sol. Pero ya uno sabía que al llegar, mi mamá me iba a estar esperando muy preocupada para refunfuñarme, y con el plato del sancocho
servido que ya había quedado bien frío. Ella entonces paraba el taca-taca del pedaleo de
su máquina de coser para dirigírme sus dulces cantaletas de costumbre que
ahora recuerdo con tanta nostalgia y las puedo poner en rima …
« Muchacho: Tienes el cuero tostao y esos ojos coloraos; hasta escamas te han salío, igualito que en un pescao, llevando sol y aguasalá sobre esa tacarigua montao. Todo el santo día en esa playa y ni
te acuerdas de almorzar. Aquí esperándote quedó el sancocho de tu añoro, con ñame, zumbí y mapuey y un hermoso pescaito corocoro »