Reminiscencias de un RioCariloco Arrinconado por el Coronavirus

        Escudriñando el baúl de los recuerdos en tiempos del Coronavirus                       Ante el acecho del implacable coronavirus y a...

Reminiscencias de un RioCariloco Arrinconado por el Coronavirus

       

Escudriñando el baúl de los recuerdos en tiempos del Coronavirus

         

        Ante el acecho del implacable coronavirus y arrinconado en medio de este voluntario aislamiento, me empieza a invadir la nostalgia de la época de mi niñez y adolescencia, de la cual guardo tantos gratos recuerdos. Me hace emprender un viaje virtual donde me traslado al pueblo que me vio nacer y crecer; y cuando me pongo a escarbar en mi cabeza, va apareciendo tanta información que tenía bien guardada y estaba escondida en una carpeta aparte de la memoria del disco duro cerebral.

 

         Afloran muchas remembranzas sobre anécdotas que allí ocurrieron, episodios vividos que nos dejaron alguna imborrable huella, e imágenes de personas que nos acompañaron en esos lejanos tiernos años. He podido recordar también palabras y expresiones, unas buenas y otras malsonantes, del léxico que utilizábamos en nuestro decir y quehacer, sobre las costumbres y tradiciones heredadas de nuestros antepasados lejanos, algunas ya extinguidas en el correr del tiempo.

  

Un rápido paseo por mi pueblo, partiendo desde el Cerro Cristo Rey; se observan los campanarios de la  hermosa Iglesia en honor a San Miguel Arcángel. Bajando  por la Avenida Bermudez llegamos a la  playa con la espléndida vista a la bahía del Morro de Puerto Santo. 



          Todo lo que he podido conseguir, hurgando en ese atestado baúl del almacén llamado cerebro, ahora quiero compartirlo con ustedes, antes de que se me empiecen a desconectar los circuitos neuronales, y no vaya a ser que ahora que ya voy llegando a mis ochenta, se tornen después cada vez más vagos los recuerdos y empiece a brotar la desconexión y el olvido.
 
 
 
Con esta pinta aparezco en un Carnet de la Escuela Técnica Industrial

 
     Fue en el año 1957 cuando se me dio la tan ansiada oportunidad de viajar a la capital para ingresar en la prestigiosa institución «Escuela Técnica Industrial de Caracas», que dejó en mi una honda huella para enseñarme a luchar en el escenario de la vida. La ETI me llegó como una bendición y respirando aires de esperanza, pero con mucha melancolía tuve que dejar atrás el pueblito adorado, donde tanto había disfrutado en la grata compañía de mis amiguitos de infancia. Con ellos había compartido una sencilla vida de pueblo que no fue nada fácil de llevar, por las carencias y precariedades que todos teníamos; pero aun así fuimos en la niñez y adolescencia inmensamente felices y ahora me estoy dando cuenta que, esos hermosos tiempos no los cambiaría por nada en el mundo.
 
Entre las cosas que mas marcaron mi existencia fue cuando yo tenía 16 años y logré salir de mi pueblo natal, donde en esos tiempos allí solo podíamos cursar estudios hasta el sexto grado. Por la falta de recursos económicos, me tocó esperar con paciencia unos tres largos años, ejerciendo varios oficios artesanales, entre ellos la pintura de botes de pesca,  la Carpintería y la Zapatería
 
 
 
Una vista en la década de 1960 de botes de los pescadores varados en la arena . Algunos de estos peñeros fueron construídos por mi abuelo  Carlitos Velásquez y mi padre Jesús Velásquez.

 
 
 
Acerca del Autor: 
 

Douglas Figueroa, PhD en Física

Nací en Río Caribe (Estado Sucre) Venezuela en el año 1941.

 


Trabajé en la Compañía Shell de Venezuela, luego en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Profesor Titular de la Carrera de Física en la Universidad Simón Bolívar. Ahora retirado de la tiza, el borrador y el pizarrón.
 
 

 


 

 

 

1 comentario:

  1. Saludos, Douglas. Estoy, desde hace dos años y medio en Florida, USA. Me alegra que te encuentres muy activo con tus remembranzas. Saludos, Felix Marin.

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