By Douglas Figueroa
21 de Noviembre de 1957: El día en que se tambaleó la dictadura
Esta es una fecha
memorable que luego fue establecida por decreto oficial para celebrar el día del
Estudiante en Venezuela.
Dos meses antes, yo había llegado a Caracas procedente de mi lejano pueblo oriental Río
Caribe para ingresar en la Escuela Técnica Industrial de la Ciudad Universitaria. Habían transcurrido tres años sin poder estudiar desde que salí del sexto grado porque en mi pueblo aún no existía el Bachillerato.
La ETI fue una institución hoy desaparecida que en la época gozaba de un bien ganado prestigio por su exigente nivel académico para la formación tecnológica en varias especialidades: Mecánica, Electricidad, Electrónica, Química, Petróleo o Geología y Minas. A sus egresados, de inmediato les llovían ofertas de trabajo de empresas, que se los disputaban por el excelente desempeño profesional demostrado, en especial en la industria petrolera.
Los estudios en la ETI tenían una duración de seis años y comenzábamos el Ciclo Básico con actividades diarias de ocho horas: Medio día eran para las asignaturas teóricas y el otro medio día en los talleres de formación artesanal: Fundición, Herrería, Carpintería, Ebanistería, Plomería y Ajustaje. Desde el primer año ya empezábamos a ver las materias rompe coco tres Marías: Física, Química y Matemáticas.
Recuerdo que ese día de la marcha estudiantil estábamos realizando las prácticas en el «Taller de Ajustaje» con el profesor Amaya, quien supervisaba muy atento detrás de un vidrio panorámico. Era un ambiente de mucho orden y disciplina y el Profe no daba tregua para descansos ni toleraba distracciones de los alumnos en habladeras de pendejadas. En el taller lo único que se escuchaba era un ensordecedor concierto de sonoros mandarriazos sobre yunques y «ruku-rukus» de de lima y segueta, haciendo sus chillidos y chasquidos al roce con las barras de hierro montadas sobre una prensa.
Mientras cada uno se esforzaba en hacer su trabajo con esmero, sudábamos la gota gorda sobre las
bragas azules y no estábamos al tanto de los acontecimientos que en esos momentos sucedían al otro lado de la ETI. Era por los lados
del Aula Magna, en la
Biblioteca Central, donde un grupo de estudiantes interrumpió las deliberaciones de una
Conferencia Internacional de Cardiología. La juventud se había
lanzado a manifestar abiertamente contra la dictadura, a pesar de la rígida censura y de la presencia
de los temibles agentes de la Seguridad Nacional. El meollo de la protesta
era contra el plebiscito propuesto dos semanas antes por Pérez Jiménez, y los
estudiantes decidieron dejar oír su voz, ya que eso no era más que un nuevo
fraude orquestado por el dictador, una señal inequívoca del temor que tenía de
contarse de nuevo a través de unas elecciones limpias.
Nos encontrábamos en plena faena, cuando de repente hizo su aparición un
grupo de alumnas de la UCV que había logrado violentar el portón principal de la ETI, neutralizando
al cuerpo de vigilancia; las chicas organizadas se repartieron en grupos por las
aulas y los talleres y las que llegaron a nuestro taller, se encaramaron sobre los mesones y arengando con un megáfono y nos incitaban a salir a la calle.
Todos nos quedamos boquiabiertos y recuerdo que del susto que llevé me entró un «dolor de barriga» que no me dejaba entender lo que ellas estaban diciendo; iba alternando mi mirada con vacilación entre las encantadoras chicas y la cara de indignación de nuestro querido profesor.
«21 de Noviembre de 1957: El día que se tambaleó el mural de Mateo Manaure de la Escuela Técnica Industrial. Hubo un jamaqueo de acontecimientos políticos que dos meses después desencadenó en la caída de la dictadura.
La
ETI ya la había cerrado la dictadura con anterioridad cuando botaron al Dr. Luis Caballero Mejías, quien fue su fundador y Director por mas de 20 años; y estando allí fue que hizo su maravilloso invento y patentó su «famosa Harina Pan». La Escuela siempre estuvo en la mira de las autoridades porque sus alumnos tenían una fama de ser unos agitadores. El día de mi
inscripción, a uno casi le hacían jurar sobre una biblia que se iba a
portar bien y no involucrarse en asuntos políticos. En los pasillos no se permitía grupos y recuerdo que siempre nos sentíamos vigilados por un cuerpo
de inspectores
sin uniforme que llevaban lentes oscuros, al estilo del famoso espía
Salazar en sus misiones secretas de espionaje en la isla de Margarita.
En esos momentos de aquel fogoso discurso de la valiente muchacha, mi cabeza me daba muchas vueltas y
yo no le prestaba atención,
porque me preocupaba el riesgo inminente de perder esta
oportunidad para sacar una carrera, luego de que había estado ya tres años en Río Caribe sin estudiar nada, porque allá solo podíamos llegar hasta el sexto grado. Pese a que todos estábamos de acuerdo y le dábamos la razón a la muchacha, el miedo y mucho culillo
era lo que prevalecía entre nosotros. Le veíamos la cara al profesor y ninguno se atrevía a
moverse de su banco de trabajo, ni a soltar las herramientas de las manos.
Luego de una pausa con un ensordecedor silencio, el megáfono fue tomado por otra chica dotada de
una atractiva
figura. Ella viendo que no les estábamos parando bolas, sin pensarlo dos veces se dejó de pendejadas y apeló a un recurso muy conocido e
infalible para persuadir a esa audiencia de puros hombres que viviamos en un internado:
«De repente ella se levantó su bonita faldita y nos lo enseñó casi todo»
Era
un hermoso
espectáculo visto desde abajo que nunca antes lo habíamos presenciado y que mis vidriosos ojos no se
lo podía perder. Nos alborotaba las hormonas masculinas pero lo que nos estaba enseñando la chica no era para que
lo disfrutáramos, pues al mismo
tiempo, muy enfurecida nos gritaba a todo pulmón:
«Ustedes los de la ETI son una cuerda de gallinas y culillúos. Esta pantaletica que aquí les enseño, la deberían llevar puestas ustedes, piazos de cobardes»
Esta frase de la encantadora chica cayó como una bomba desvastadora y surtió el
efecto que no había podido lograr el bonito discurso filosófico e ideológico pero poco
persuasivo de la lider estudiantil que habíamos escuchado antes. Nos quedamos todos viéndonos las caras, hasta que un compañero se arrechó y rompió el silencio ..
«¿Cómo es la vaina?», «Esa vaina que dijo ella no es así», replicó otro, ...«Ningún hombre aguanta que le digan esa vaina» dijo el tercero. Por último, el compañero que se sintió mas ofendido, remató: «Ni de vaina nos vamos a quedar con los brazos cruzados, no joda...al mismo tiempo que levantaba la cegueta y empuñaba el martillo».
En cuestión de segundos, todos «nos dejamos de vaina», y cada quien recogió sus herramientas para guardarlas en las gavetas de los mesones. En vista de todo ésto, el
querido Profesor muy enfadado, con los brazos cruzados puso su ceño bien fruncido y exclamó: ¡Tronco de vaina me echaron esas carajitas de la UCV! quedándose él «enfurruñado» y muy solito en el Taller. En seguida, todos nos fuimos a los casilleros a quitarnos las bragas de taller y ponernos de nuevo los uniformes.
Salimos por el portón de la ETI en una algarabía hacia la Plaza los Símbolos, allí nos encontrábamos en medio de un alboroto de estudiantes que echaban chispas y lanzaban consignas con pancartas y megáfonos. Luego desde allí emprendimos en cambote la marcha por la avenida Roosvelt en dirección rumbo a Prado de María donde quedaba la Escuela Normal Gran Colombia y allí estudiaban puras mujeres.
Aquel bochinche y gritería «tardó menos que
lo que dura un peo en un chinchorro» porque cuando ibamos pasando frente a la plaza Tiuna, empezaron a salir de todos lados policías que juega garrote, empuñando «rolos y peinillas» y repartiendo porrazos y planazos a diestra y siniestra. En esa época, así era como
las autoridades se daban a respetar en la calle y no perdían su tiempo como ahora que amedrentan primero con echaderas de «gas del bueno».
El pánico surgió, todos dijimos paticas pa' que te tengo y sálvese quien pueda, y salimos despavoridos, cada quien agarrando su mejor ruta de
escape.Veíamos con tristeza cómo agarraban a muchos compañeros conocidos. Se los llevaban enjaulados seguramente para que hicieran una pasantía recreativa donde los iban a poner a cantar como Pavaroti en los sótanos de la SN, en la Avenida México, allí quedaba «La Tumba» de la época.
«La estatua del cacique Tiuna fue el mudo testigo de como acabó esa algarabía estudiantil. Allí se armó el gran berenjenal y por todas partes salían policías empuñando rolos y cachiporras o peinillas quema culos que al repartían los planazos relumbrantes con el Sol»
Menos mal que mis flacas paticas bien buenas que me salieron porque fue mi gran salvación. Yo andaba acompañado de un negrito caraqueño, de nombre «Pedro Regalado», quien era todo un veterano en las protestas callejeras. Él estaba al tanto que yo era un carajito «ñero hijo er'diablo» recien llegado de Oriente y ese era mi bautizo para las manifestaciones.
Corrimos muertos de pánico y fuimos a meternos en un restaurante que vimos en las
adyacencias de la Plaza y al entrar fuimos directo a una mesa al fondo del local. Una vez allí sentados y hechos los locos tomamos
la carta del menú para disimular y como si no estuviese pasando nada afuera, ordenamos sendos mondongos que eran a dos bolívares el plato.
Nos
acababan de servir los humeantes platos de mondongo cuando hicieron acto de presencia unos policías, rolo en mano y con caras de perros muy enfurecidos. Mi compañero y yo casi nos
cagamos del susto cuando vimos que uno de los gendarmes señaló con su dedo acusador que
justo apuntaba hacia nuestra mesa. Nos sentimos perdidos y hasta tuvimos a
punto de echar a correr en volandilla, ya que llevábamos puestos los uniformes
de la ETI que obviamente nos delataba.
Allá veo dos carajitos asustados que llevan uniformes de la ETI
Estábamos allí sentados con las piernas aún tembleques, pero tuvimos la buena suerte de que el dueño del restaurante quien era un señor italiano,
les salió al paso y logró persuadir a los uniformados de que éramos clientes habituales del local. El les persuadió que estábamos
sentados en esa mesa desde mucho antes que llegaran a la plaza los estudiantes revoltosos; gracias a Dios, los policías de pendejos se tragaron la coba y muy convencidos se largaron pal' carajo.
Fue
un verdadero milagro que no cayéramos presos, y después de haber llevado ese tamaño susto fue cuando quise
empezar a comérmelo con calma y sin apuros ese delicioso «plato de mondongo» que fue lo que nos salvó.
«Me salvé de vaina» que no me llevaran preso, gracias al mondongo
que me zampé por fortuna viendo desde lejos la estatua del cacique Tiuna»
El aromático mondongo que nos sirvieron tenía muy buena pinta de ser suculento, pero yo no
lograba atinar a llevarme los sorbos a la boca, porque cada vez que
lo intentaba, estaba tan nervioso que toda la sopa se me botaba de la cuchara, al no poder
controlar la tembladera de mi
mano. Aunque éste fue un suceso muy infeliz, lo recuerdo con nostalgia y cada vez que veo un plato de mondongo echando humo se me hace la boca agua.
Después
de las tumultuosas manifestaciones de Noviembre de 1957, luego fue
decretada la suspensión de las clases hasta el mes de Enero. Pero cuando
regresamos en Enero nos
encontramos en el portón de la ETI una larga lista de estudiantes
expulsados, donde esgrimían razones de bajo rendimiento
estudiantil. Allí aperecían botados del plantel muchos antiguos compañeros de mi sección de «Primer año J» que pudieron reincorporarse después de la caída de la dictadura.
Dos meses después caía la tiranía: 23 de Enero de 1958
Ya han pasado dos tercios de siglo desde
que sucedieron estos acontecimientos que bataquearon a la dictadura para terminar cayendo dos meses después (23 de Enero de 1958). Esos gloriosos momentos de aquel día 21 de noviembre de 1957 dejaron establecida la
fecha para conmemorar el Día del Estudiante Universitario como un
homenaje a aquellos que en esos tiempos tuvieron el valor de luchar por sus ideales de libertad
y democracia.