Reminiscencias de un RioCariloco Arrinconado por el Coronavirus

        Escudriñando el baúl de los recuerdos en tiempos del Coronavirus                       Ante el acecho del implacable coronavirus y a...

Película de Espanto y Brinco en el Cerro del Calvario


By: Douglas Figueroa

  

Por allá en los años 50 cuando éramos unos chamos, en Río Caribe llegamos a tener tres salas de cine: El elegante y señorial «Teatro Elena» y los dos que eran sin techo y tenían bancos rústicos, el «Cine Arismendi» y el «Cine Caribe», con  sus pantallas al aire libre bajo a la luz de las estrellas. Cuando anunciaban sus películas del día en cartelones colocados en una acera de la playa, a nosotros nos atraían más las que eran de vaqueros por ser las emocionantes; con caballos al galope, indios tirándole flechas a las diligencias, y buscapleitos armando peos en las cantinas y cayéndose a tiros, puños y silletazos a diestra y siniestra.  

 

El ticket de entrada mas barato costaba Bs 0,50 o «un real» y en raras ocasiones hacían una oferta de «enganche» para que dos personas pudieran entrar con un solo ticket. Pero era una odisea para nosotros lograr reunir ese realito, porque siempre andábamos en una pelazón, o sea, «Pelin Bolin».

 

Entonces la opción que nos quedaba era subir hasta el cerro de la Capilla del Calvario, ya que desde allí se dominaba visualmente la pantalla del cine Arismendi que estaba al aire libre. Subir hasta allá para ver una película era como ir a un «autocine», con la diferencia que en vez de estar cómodamente dentro de un carro mirando hacia arriba una pantalla, veíamos esa pantalla desde el cerro hacia abajo, sentados sobre unas lajas de piedra; y no había servicios de cotufas, maní y refrescos en una bandeja, que era la costumbre en autocines de la época.

Una noche al estilo Halloween en el Cerro del Calvario 

 

Esa hermosa colina ubicada detrás del viejo cementerio, al llegar la oscuridad de la noche se tornaba en un lugar muy lúgubre y tenebroso, en medio de muchas matas de  yaque, tunas, cardones, mayas, bejucos y montes con cadillos y guaritotes. Un escenario nada recomendable para andar viendo thrillers de suspenso o misterio, y mucho menos películas de terror del chupasangre Conde Drácula o del loco e' bola Doctor Frankestein.

 

Aquel ambiente era mas recomendable para disfrutar películas de géneros alegres y divertidos, como las de acción del salvaje oeste, del llanero solitario, de Tarzán con su mona Chita o las mejicanas salpicadas de humor con charros parranderos dando serenatas, que eran todas bien entretenidas y con sus finales siempre felices

  

La vista hacia la pantalla que teníamos era explendida y podíamos divisar las escenas, aunque sin mucho detalle porque nos quedaba un poco lejos, a unas tres cuadras que a duras penas se escuchan los sonidos. Yo, tenía la limitación visual de ser medio cegato y forzaba mucho la vista guiñándola para poder ver de lejos. Vine tomando conciencia de ese problema cuando me fui a estudiar a Caracas y mi Profesor de Matemáticas me mandó a ponerme lentes culos de botella, al darse cuenta que yo copiaba en mi cuaderno vainas muy distintas a la que él escribía en la pizarra.

  

A pesar de no ver bien de lejos, me subía hasta la oscura colina, donde posaba mis nalgas huesudas sobre una laja de piedra; y con toda la incomodidad, era un verdadero disfrute ver las escenas de indios o vaqueros persiguiendo a plomo limpio a las diligencias. Aunque no escuchara bien los gritos de los indios, ni los tiros, ni el galope y relinche de los caballos, esos detalles quedaban para la imaginación y bastaba con la fuerza narrativa de las imágenes aunque fuesen medio borrosas. A fin de cuentas, no pagábamos ni una puya y algo es algo, peor es nada.

 


 El «Cerro del Calvario» era como un autocine y podíamos ver gratiñan las películas del «Cine Arismendi».
 
 

Fue aquella inolvidable noche de espanto y brinco en medio del disfrute de una película, la que pasamos porque nos esperaba una desagradable sorpresa. En esa ocasión reinaba mucha soledad porque éramos apenas tres chamos íngrimos que estábamos allí sentados en aquella oscurana, muy entretenidos y embelesados siguiendo la trama de la función. Pero llegado el momento del corte del intermedio, nos levantamos de las piedras para estirar las paticas y aliviar un poco el cansancio de las nalgas.  

 

Al echar un vistazo, nos dimos cuenta que ya no estábamos solos porque un individuo silencioso, en un pestañeo había aparecido a uno pocos pasos mas atrás haciéndonos compañía. El misterioso personaje ni las buenas noches nos había dado, pero llamaba la atención la postura que tenía porque el tipo estaba detrás de una mata y parecía encuclillao hacia delante, como si fuera una estatua, ya que el muérgano ese para nada se movía.

 


             Esta fue la escena que vimos y nos puso tembleque

  

El monte estaba muy oscuro y era una escena escalofriante que nos dejó boquiabiertos, se nos erizó la piel y nos paró los pelos de punta; nos quedamos estupefactos ante esa tétrica figura y después de un cruce de miradas, sin mediar palabra alguna, lo mas aconsejable era seguir el sabio refrán:  

 

«Paticas pa’que yo te tengo, y lo mejor es salir corriendo»

 

 En menos de lo que canta un gallo, muy temblorosos salimos disparados y esmachetados cerro abajo dejando atrás el pelero, brincando montes  sin frenos, desbocados y todos chorreados.

 

 En un santiamen, nuestra desbocada carrera terminó en la plaza Bolívar, llegamos con la ropa llena de monte, cadillos y pelos de guaritote; sudando frío, con un tembladera de las piernas, el corazón que casi se nos salía y los ojos como unas paraparas, pero con todo y eso, muy esguañangados de la risa. La plaza en esos momentos estaba concurrida por grupos de personas que allí paseaban y cuando aparecimos de repente, se quedaron sorprendidos de vernos en ese estado.

 

A la mañana siguiente todavía teníamos grabada la espeluznante escena de la noche y ya muy desanimados con pocas ganas de volver a subir al cerro para ver una película. Pero estando tan intrigados, teníamos que salir de las dudas y entonces por curiosidad decidimos subir hasta la capilla para revisar en pleno Sol del día como era que lucía aquel macabro escenario

 

Al volver a ese sitio nos quedamos deslumbrados; soltamos unas sonoras carcajadas ya que pronto nos dimos cuenta que todo había sido una percepción engañosa. Habíamos caído por pendejos y aquella vaina nos la había echado el contraste nocturno de una componenda de figuras de tunas bien pelúas con ramas de trinitarias. Estas maticas eran las que quedaban detrás de aquel árbol y sus siluetas solapadas, nos parecieron como si en ese monte estuviese un individuo agachado con el torso hacia adelante, «pujando con mucho afan para hacer sus necesidades»

 


«El miedo en la soledad nocturna nos nubló la vista,  provocándonos  unas percepciones visuales que parecían tenebrosas»

 

           Menos mal que ya se nos podía borrar de la cabeza aquel macabro recuerdo, gracias a Dios; pensar que era la primera vez que creíamos habernos tropezado con un auténtico espanto de verdad. Tantas veces que nos habíamos burlado de la gente que juraba haber visto aparecidos por las calles, porque en esa época en el pueblo salían espantos que jugaba garrote. 

 

            Las luces de los postes las apagaban después de la salida del cine, y en esas tinieblas los muertos andaban muy realengos, asustando a todo el mundo. Sin embargo, se oian tantos cuentos espeluzanantes sobre «espíritus y espantos» en el pueblo pero todavía quedaban unas pocas personas que eran incrédulas, y como un por si acaso repetían el conocido refrán: 

 

« Yo no creo en muertos, pero de que salen, salen. Ni tampoco en brujas, pero de que vuelan, vuelan » 

 

 

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A propósito de las «Percepciones Visuales Engañosas», si estás interesado en el tema, puedes ver un video en «YouTube», que habíamos preparado como un recurso didáctico para nuestras clases de Optica de la Universidad Simón Bolívar.

Sensación, Percepción e Ilusión

       https://www.youtube.com/watch?v=S3wJooe5Dkw