By Douglas Figueroa
Por los años alrededor del 1900, la gente de mi pueblo tuvo el privilegio de darle acogida al primer reportero gráfico conocido en Venezuela, el pionero y legendario Henrique Avril, quien trabajaba para la revista «El Cojo Ilustrado». En medio de las turbulencias políticas del momento, se le había encomendado el trabajo periodístico de viajar con su cámara echada al hombro, por el oriente venezolano para documentar los acontecimientos en desarrollo de la llamada «Revolución Libertadora de Oriente», acaudillada por el General Manuel Matos que buscaba derrocar al gobierno bajo la presidencia de Cipriano Castro.
Ante tantos intentos y fracasos del gobierno para someter a los insurrectos alzados en el Oriente, fue en el año 1902 que el Presidente tomó la decisión de enviar a su fiel? compadre, el astuto veterano Juan Vicente Gómez, al mando de unos 1500 hombres que salieron en barcos en una expedición desde el puerto de La Guaira. Para ese momento Gómez era el jefe del ejército y también fungía como Vicepresidente de la República. Pero el 6 de Mayo de ese mismo año la mala suerte acompañó al gneneral y en una refriega donde hubo centenares de muertos cerca de Carúpano, le pegaron un tiro en una pierna y fue sacado de combate.
Juan Vicente un hombre embraguetado y tan mano dura que era, ¡nunca antes había perdido una batalla!, y desde este percance ya no quería ver ni en pintura a los orientales «hijos er diablo» que le echaron esa vaina. Regresó a Caracas convalesciente de las heridas y para mas vaina «con el rabo entre las piernas»; después de esa paliza se quedó renco y caminando de por vida apoyado en un bastón. Irónicamente, años después Gómez traicionó a su compadre del alma Cipriano dándole un golpe de estado, que aprovechó cuando éste andaba por el exterior y se encaramó en la presidencia hasta su muerte que ocurrió después de 27 años de férrea dictadura.
El rebelde General Matos posando junto a su estado mayor en la población de Tunapuy. Las fotos tomadas por Henrique Abril para la revista quincenal El Cojo Ilustrado también salían publicadas en el periódico New York Times.
Mientras tanto por Oriente, el rebelde General Matos, lleno de gloria, iba a ser entrevistado en su cuartel por el osado joven periodista y fotógrafo Henrique Avril. Éste con sus pesados y rudimentarios equipos a cuestas pudo adentrarse por intrincados caminos, atravesando ríos y subiendo cerros a lomo de mula hasta llegar finalmente al pueblito de Tunapuy donde estaba instalado el comando de campaña. Allí retrató al caudillo rebelde y en la foto que arriba mostramos aparece junto a su estado mayor, posando muy encopetados en el cuartel general de la revolución.
El joven reportero Henrique Avril había nacido en Barinas, era delgado, catire y bigotudo, hijo de inmigrantes franceses. Cuando llegó a la península de Paria se quedó gratamente sorprendido al darse cuenta que habitaban muchas personas que dominaban el francés por ser descendientes de gente proveniente de la isla francesa de Córcega. La mayoría eran familias muy acomodadas, «la crème de la crème», que en criollo le decimos «grandes cacaos», y eran fácil de identificar porque casi todos sus apellidos terminaban en «i»:
« Grisanti, Pietri, Luciani, Franceschi, Prosperi, Calvani, Boschetti, Morandi, Luigi, Cervini, Corsi, Padovani, Antonorsi, Cipriani, Giusti, Dominici, Rogliani, Antoni, Venturini, Massiani, Blasini, Raffalli, Benedetti... ».
Esta oleada de inmigrantes corsos comienza después de la independencia, su arribo masivo jugó un papel relevante en la recuperacion económica de la región; que estaba muy abandonada luego que los campesinos dejaron de cultivar sus tierras para participar en las batallas. Los corsos trajeron prosperidad a la región gracias al impulso que le dieron a la agricultura, desarrollaron muchas haciendas productivas principalemente de cacao, café o de caña de azúcar para fabricar ron, otros se establecieron con empresas comercializadoras o se dedicaron a la exportación portuaria de productos agrícolas y elaborados.
A Henrique Avril le fue muy fácil cultivar muchas amistades en la región de Paria, codiándose con la crema y nata de la sociedad local y participando en tertulias familiares donde las conversaciones eran en Francés. En Carúpano formó junto a distinguidos caballeros el Club Social Daguerre y se estableció en la ciudad montando su estudio y laboratorio fotográfico para sacarle retratos a las personas y a los acontecimientos sociales y festivos, y divulgar las costumbres y tradiciones culturales de la gente.
Fascinado por la exuberante belleza de los paisajes, se dedicó con gran entusiasmo a hacer recorridos fotográficos artísticos por las hermosas playas, ríos y montañas de la zona. Gracias a las imágenes recogidas por la lente de la cámara de Henrique Avril nos queda ahora este valioso legado que puede trasladarnos al pasado para deleitarnos dándonos una idea de cómo era el pueblo cuando aquí vivían nuestros ancestros en tan lejana época.
Estampas fotográficas de mi pueblo (1898 - 1909)
« Personajes grandes cacaos de Río Caribe en diversos eventos sociales en esa época del gran auge económico, retratados por la cámara de Henrique Avril »
Los inmigrantes corsos que se establecieron por acá fueron muy visionarios y tuvieron novedosas ideas, preocupados siempre por impulsar obras que modernizaran el pueblo, el cual prosperó notablemente. Se vivió su época de oro gracias a la bonanza económica que le trajo la exportación en grandes barcos de su producto estrella «El Cacao Rio Caribe», una variedad muy cotizada en los países europeos. También ellos fueron muy activos en la organización de eventos festivos y religiosos, y en la promoción de las artes para fomentar la cultura en la población.
Eran hacendados que vivían a todo trapo en el pueblo en sus casas coloniales de techos de tejas, muy señoriales que tenían imponentes fachadas, con altos ventanales a cada lado de la puerta de entrada; el zaguán daba a un amplio salón y detrás un patio con un hermoso jardin rodeado de largos y expléndidos corredores. Las tenían amobladas con detalles exquisitos y de buen gusto. Con razón se les tildaba de «grandes cacaos» porque ellos llevaban un cómodo y envidiable tren de vida, muy refinado y de costumbres afrancesadas.
La economía de la región
comenzó a decaer a partir de
1933, como consecuencia de un ciclón que pasó por la costa de Paria, cuyos efectos fueron desvastadores, dejando a su paso desolación y ruina. Las fincas cacaoteras sufrieron
los embates del viento y las cosechas se perdieron. A raíz de esta tragedia, muchos
de los hacendados decidieron abandonar el pueblo para establecerse en la capital donde se dedicaron a otras actividades. Dejaban atrás la región que los enriqueció durante la bonanza del «boom cacaotero»; después de tanta prosperidad se entró en la decadencia, y en el pueblo empezó a amenazar que «juega garrote» la pobreza.
Por los años 50 cuando yo era un niño, apenas quedaban escasos vestigios de esa época dorada que vivió la sociedad riocaribera y eran pocas las familias adineradas de esa generación que todavía vivían en el pueblo. Sus hijos iban a la escuelita pública entremezclados con nosotros, que éramos la mayoría hijos de modestos pescadores, campesinos o artesanos.
Los amiguitos que eran de familias pudientes se distinguían cuando llegaban al salón de clase echando pinta y emperifollados, con pantalones agarrados con elásticas y calzando guachicones o zapatos guilianchú con tobilleras; todo era traído de la vecina isla de Trinidad. Mientras los del montón vestíamos con mucha sencillez y modestamente llevando alpargatas remendadas, con la suela desgastada de tanta rosca que les dábamos. En el salón de clase ya se sabía quienes de los compañeritos eran los que tenían posibilidades de llegar a la universidad, por ser afortunados de poseer medios para viajar, ya que los que nos quedábamos en el pueblo a la buena de Dios solo podíamos aspirar a llegar hasta el sexto grado.
Ósea que de ahora en adelante seré Carlos Gonzalezi
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