Reminiscencias de un RioCariloco Arrinconado por el Coronavirus

        Escudriñando el baúl de los recuerdos en tiempos del Coronavirus                       Ante el acecho del implacable coronavirus y a...

Los Falsificadores: Un Cuento de Películas


 By Douglas Figueroa

Era un ticket de mentira: Pero el portero ni cuenta se dio

 

Desde que yo era pequeño, siempre tuve cierta afición por el dibujo y la caligrafía. A veces me ganaba una platica pintando carteles, poniéndole los letreros de identificación a los peñeros de los pescadores o dibujando retratos en papel cebolla a plumilla y tinta china, de personajes populares como nuestros héroes libertadores o de la fe religiosa como San Miguel Arcángel o José Gregorio. También elaboraba unos muy divertidos juegos de lotería de entretenimiento familiar de la época; estos consistían en unos cartones con coloridos dibujos a creyón de animalitos y frutas colocados en filas, donde cada jugador anotaba las fichas que iban sacando al azar del interior de una bolsa de tela. Era como en el bingo, y cada partida terminaba cuando algun afortunado cantaba la frase ganadora: «Pare ya, que tengo ‘lotería». Estas fichas las hacíamos de madera tras serruchar en tajaditas, palos de escoba desechados, a las que luego le pegábamos encima úntandole fruticas de cautaro a esos dibujitos en papel.

 

Un día me entró la curiosidad de imitar un boleto como los de entrada del cine. Yo tenía guardado algunos de esos medios tickets que nos devolvía el portero cada vez que entrábamos a una función. Me puse a colocar juntos esos pedacitos para ver como lucía el texto completo. Luego pude conseguir una cartulina de la misma textura y color y me puse a hacer el dibujo con plumilla y tinta china, a puro pulso y pepa de ojo. Al ticket rectangular que me resultó le hice los huequitos a cada lado como en el original y cuando se lo mostré a mis amiguitos, se quedaron muy impresionados de lo parecido que me había quedado. Desde luego que si uno miraba al ticket desde muy cerquita, inmediatamente se le podían ver los detalles y era muy fácil darse cuenta que no era de imprenta.

 


Ese boleto de mentira llevaba consigo una inocentada que a  mí se me había ocurrido por pura curiosidad, pero ni de vaina yo nunca me iba a atrever a usarlo para tratar de entrar al cine, porque siempre fui muy miedoso y culillúo. A la hora de la verdad todos teníamos mucho coraje y valentía cuando las travesuras las hacíamos actuando en grupo, pero el reto de afrontar el riesgo uno solito, me parecía ya mucha osadía. Sin embargo, hubo un inquieto compañero de la pandillita que no resistió la tentación de aprovechar esa oportunidad y sin pensarlo dos veces, brincó y me arrebató el ticket de las manos. Era Alberto Sánchez, el mayor de todos nosotros, quien vivía con su familia en la casona del Alambique junto a la plazoleta y era compañero mío del sexto grado en la Escuela Nicolas Flores. Él era loco e’bola, muy osado, temerario y arriesgado. Se había quedado desde chiquito con el apodo de Malacota porque hablaba muy medialengua y así era como él llamaba a una señora vecina de nombre María Acosta.

 

Aquella noche cuando ya se acercaba la hora de la función, varios amiguitos fuimos acompañándolo hasta el Teatro Elena. Cuando estábamos allá, Malacota muy audaz y sangre fría esperó a que apagaran las luces para el comienzo de la función. Una vez que el portero entrejuntó la puerta, hizo su entrada Malacota y en la oscuridad él le alumbró su ticket con la linterna, sin que nada le llamara la atención; luego partió el boleto en dos para devolverle su mitad que era lo natural. Ese ticket fraudulento había funcionado de maravilla y a la perfección, dejándonos a nosotros afuera muertos de envidia, pero tan estupefactos y boquiabiertos que no lo podíamos creer.

 

Mientras Malacota disfrutaba viendo su película dentro del cine, nosotros nos fuimos a sentarnos a los bancos de la plaza Miranda, dando tiempo a que terminara la función. Allí pasamos un buen rato departiendo y celebrando con gran satisfacción el éxito que habíamos tenido con ese ticket falsificado. Llegado el momento, luego nos acercamos a la puerta de salida del cine, y cuando vemos que de repente él aparece muy orondo de entre el público, emocionado con su cara rebosante de satisfacción, lo recibimos con fuertes aplausos y todos muertos de la risa. Cuando nos regresamos y llegamos a nuestra barriada, el muy bocasuelta Malacota no pudo aguantarse las ganas de contárselo con jactancia a todo el mundo. Esta noticia se regó como polvora y todos los muchachos al enterararse de la increíble hazaña de esa noche ya aspiraban a conseguir también uno de esos valiosos boletos tracaleados.

 

Una semana después, el amigo Malacota que había quedado picado y muy seguro de si mismo, quiso repetir su osadía con un nuevo boleto que me encargó. Pero esta vez él no contaba con que al ir a entregar el nuevo ticket al portero, se lo recibiera con cierta desconfianza, revisándolo con cuidado y echándole mucho ojo a los detalles. Al parecer, a raiz del asunto del falso ticket que les habíamos metido con anteroiridad, las cuentas entre taquilla y portero no les coincidieron ese día y por eso se pusieron muy mosqueados al detectar el engaño. Al ver esta actitud del portero, nuestro héroe Malacota palideció, se puso medio tembloroso y se desmoronó. Ante el temor de pronto ser descubierto, sin pensarlo echó a correr esmachetao para que no lo fueran a agarrar. Nosotros viendo desde afuera lo que estaba sucediendo, también nos asustamos y tuvimos que emprender la retirada en volandilla. 

 

Ese desafortunado incidente no solo puso fin a nuestras pretensiones de seguir disfrutando de peliculas sin pagar, sino que además nos dejó muy preocupados y andábamos de bajo perfil, con los ánimos por el suelo. Ante el temor de que nos anduvieran buscando para las averiguaciones; salíamos muy poco a jugar a la calle y evitábamos alejarnos mucho del etorno de nuestra barriada. 

 

Hubo que transcurrir un tiempo para que todo volviera de nuevo a la normalidad y por fin ya nadie hablaba del tema de las falsificaciones. Pero una mañana, encontrándome yo muy distraído por los lados de la playa y sentado en la arena frente al mar, siento que de repente me colocan una mano en un hombro y oigo una recia voz por detrás que me dice:

 

 «Tú eres el tal Douglas?, a tí yo te andaba buscando pero no te encontraba»

 

 La sorpresa que me llevé fue demasiado grande y del susto me puse muy pálido, sentí un friito en la barriga y creo que hasta el pantalón se me mojó. Tímidamente miré hacia un lado para averiguar quien era la persona que me estaba solicitando; pero afortunadamente fue para mí un gran respiro darme cuenta que se trataba de una cara muy familiar. Era el señor Isaac Marval (mejor conocido como Maraca), el papá de mis amiguitos Beto, Chabolo y Saúl, él me había divisado desde la puerta de su casa situada a lo alto en una esquina enfrente de la playa. Fue entonces cuando el señor Maraca, con cierta fama de jodedor y mamador de gallo, poniendo su cara muy seria me dijo: 

 

«Te buscaba para proponerte ponernos a hacer unos billetes, 

pero no para entrar al cine, sino que sean unos billetes de los de a Veinte»

 

El señor Isaac siempre tenía unas típicas ocurrencias bien jocosas, pero esta fue una que logró de inmediato devolverme la tranquilidad, la alegría y la sonrisa; él me hizo largar unas estruendosas carcajadas y allí en medio de la playa los dos nos esguañangamos de la risa.

 


   


El Papagayo de Benjamín y los Billetes Verdes de a Cien

by Douglas Figueroa  

  

Franklin voló un papagayo en medio de rayos y centellas

 

En la historia de la física, es muy conocido el episodio del famoso experimento realizado en Filadelfia por Benjamín Franklin, un hombre polifacético que desempeño muchos oficios: Estadista, escritor, tipógrafo, político, pronosticador del tiempo y de ñapa, como aficción dedicaba sus ratos libres a la investigación científica e inventiva porque sentía mucha curiosidad por los fenómenos naturales.

 

 Sus aportes a la ciencia alcanzaron notoriedad mundial y su fama lo convirtió en el primer Físico nacido en una colonia británica al que los exclusivos y elitescos círculos académicos Europeos reconocieron sus notables méritos científicos.

 



Benjamín, un día acompañado de su hijo salió con un papagayo a un campo abierto bajo truenos y relámpagos. En esa época habían creencias muy arraigadas entre la gente de que los sonoros explosivos y relampagueantes rayos producidos durante una tempestad era producto de un fenómeno sobrenatural en el que el hombre no debía interferir porque procedían de la mano divina de Dios.

 

Se decía que era la ira de Dios para infundir respeto cuando estaba muy enfadado y mandaba desde allá arriba esas señales de advertencias y llamadas de atención a los hombres por sus faltas cometidas;  con rezos y plegarias debían mostrar arrepentimiento de sus pecados y debían portarse bien de ahora en adelante.

 

 Benjamín era fiel creyente pero él no creia en esos cuentos de caminos y como todo científico, siempre fue un curioso observador; estaba convencido de que esos truenos y relámpagos era un fenómeno tan natural como la misma lluvia, y originado de la emisión de luz por descargas eléctricas saltando desde las nubes repletas de cargas, que era lo que  causaba tan estruendosos chisporreos en cada desahogo contra el suelo.

 

 


Ese histórico día, él voló su papagayo tan alto como pudo, pero no era un juego para divertirse con su hijo, sino que estaban haciendo un riguroso experimento muy temerario y arriesgado de verdad, haciéndole cosquillas a las nubes. Él había conectado la cuerda con que sostenía el papagayo a un capacitor primitivo conocido como botella de Leyden, y se dio cuenta que durante la tormenta dentro de ese frasco de vidrio empezaban a saltar las chispas alborotadas. 

 

Esto era una comprobación fehaciente de que el rayo atmosférico y la electricidad producida en los laboratorios de física son fenómenos de la misma naturaleza, porque las nubes en el cielo estaban repletas de cargas eléctricas  y en su experimento eran enviadas a tierra a través del hilo conductor de la cuerda humedecida.

 

 

 

El histórico experimento de Benjamin Franklin junto con su hijo remontando un papagayo bajo el cielo relampagueante durante una tempestad y arriesgándose a que los partiera un rayo

 

Los fulminantes rayos a veces causaban fatales estragos y además de matar mucha gente, provocaban incendios y le prendían candela a las iglesias y viviendas de madera. A Benjamín se le ocurrió la genial idea de colocar puntas metálicas afiladas y sobresalientes de los tejados para conectarlas por cables a unas estacas de hierro clavadas en la tierra. Esto lograba concentrar las líneas de campo eléctrico durante las tempestades y de esta manera, podía "robarle" la electricidad a las nubes de manera silenciosa y así evitaba las tragedias. 

  

Acababa de nacer el famoso «Pararrayos», para la eterna gloria de Benjamín Franklin, y ahora gracias a él la gente podía dormir tranquila porque estaban protegidas por su bendito invento: «llueva, truene o relampaguee».

  

El pararrayos fue solo uno de los tantos inventos que se le ocurrió a Benjamin; quien hizo valiosos aportes tecnológicos y científicos porque para él toda investigación debía estar encaminada a mejorar la vida de la gente y por eso su incansable búsqueda de soluciones ingeniosas, muchas de sus ideas no las patentaba y permitía su libre difusión. 

  

Benjamin no pudo dedicarse por entero a la ciencia porque su principal interés en esa época fue trabajar intensamente en apoyo a George Washington, héroe de la guerra que liberó a su pais de la condición de colonia; y él fue uno de los mas activos participantes en la redacción del acta de declaración de su independencia.

 

Hasta hace poco por acá por Venezuela la imagen de Benjamín Franklin no era tan conocida; hubo que pasar mucho tiempo para que se volviera un personaje muy popular, y no precisamente por su famoso papagayo. sino el privilegio que le tocó por que su legado patriótico lo hizo merecedor de que su cara muy sonriente se destacara en el sitio de honor de las lechuga$ verde$ de a cien que son las que ahora rigen la empobrecida vida del venezolano.


 


 

Venezuela: ¿Dónde tiene su maruto?

            En mi pueblo natal Rio Caribe y en casi todo el oriente venezolano le decimos «Maruto» al ombligo de la gente. El Maruto de cada persona es esa pequeña cicatriz que llevamos en el medio de la barriga desde que nacimos, parecida a un botoncito arrugado. El «Maruto» de un pais es su centroide geográfico, el lugar que queda en todo el medio de su geografía y bien distanciado de las fronteras. En esa céntrica región tan estratégica para cada país es donde deberían establecer la capital oficial. 

 

Debido a la geometría tan irregular que tienen las fronteras terrestres y las costas marítmas, resulta muy difícil ubicar ese céntrico lugar. El problema de determinar donde queda el maruto de nuestra querida Venezuela lo abordamos en las clases de física como un motivante ejemplo didáctico que es pertinente cuando explicamos el concepto de centro de gravedad de un cuerpo y de cómo en la práctica haríamos para determinar su ubicación en cada cuerpo rígido. 


En la Física hay un truquito muy conocido que se usa para hallar el centro de gravedad de las figuras planas y es bien sencillo. Este consiste en suspender la figura por distintos puntos en los cuales se le pasa el hilo vertical de una plomada. En todas las posiciones que adopte el cuerpo en equilibrio, se le dibuja la línea recta que indique la plomada y es en esa dirección que apunta la fuerza de atracción gravitatoria hacia el centro de la Tierra. Este es el procedimiento que hemos llevado a cabo, utilizando un carton recortado con el contorno de un mapa de venezuela, al que le hicimos varios huequitos para poder suspenderlo libremente mediante un clavo de pivote. 

 

Haciendo este procedimiento para diferentes puntos de suspensión ubicados en el borde del mapa, hemos encontrado que todas las lineas obtenidas se cruzan en un punto, y por lo tanto éste corresponde al centro de gravedad que andábamos buscando en el mapa.

 



El «Centro de gravedad» asi obtenido es ese punto muy especial donde se resume todo el peso de un cuerpo, porque allí se concentra la acción de la fuerza gravitatoria terrestre. Cuando suspendemos el mapa por un punto cerca de su orilla, y lo apartamos a un lado de su posición de reposo, entonces la fuerza de su peso le produce un torque que lo pondrá brevemente a oscilar alrededor del pivote hasta que alcance a adoptar de nuevo su posición de reposo.



 
 

Pero ahora veremos que esta oscilación no sucede cuando mudamos el clavo del pivote para un agujero que hemos hecho en el propio centro de gravedad. Porque ahora el mapa siempre permanece en una posición de equilibrio estático, cualquiera sea la orientación inicial que le pongamos a su plano vertical. Pero bastaría con darle un pequeño impulso de giro, para que el cartón se quede dando vueltas por un buen rato y solamente lllegará a detenerse por culpa de la fricción con el clavo. Esto ya te lo vamos a mostrar ahora para que te convenzas…



El comportamiento de rotación casi libre de la figura en torno a este punto, nos confirma que hemos acertado en el mapa encontrando el lugar del Maruto de nuestro pais. En este experimento le pedimos disculpas a nuestros amigos margariteños por no haber incluido al Estado Nueva Esparta en este mapa de cartón; pero es que su inclusión no alteraría mucho el resultado ya que el territorio de sus tres islas: Margarita, Coche y Cubagua ocupan apenas el 0,125% de todo el país

 

¿Quieren saber Ustedes en qué parte de nuestra geografía está localizado el lugar del maruto que hemos encontrado?.  Ahora te vamos a mostrar en el verdadero mapa físico que este lugar privilegiado queda en los alrededores de la población de «Cabruta», un hermoso pueblo ubicado en el extremo sur del Estado Guárico, y en una posición estratégica a orillas de nuestro caudaloso Rio Orinoco.

   

 
 
Gracias a la magia de la Física pudimos encontrar el maruto de Venezuela. ¡Esto lo hemos logrado sin haber tenido que sacar ninguna cuenta!