Reminiscencias de un RioCariloco Arrinconado por el Coronavirus

        Escudriñando el baúl de los recuerdos en tiempos del Coronavirus                       Ante el acecho del implacable coronavirus y a...

Mis amigos Licaco y Eduin: In Memoriam

      By  Douglas Figueroa

 

         Licaco y Eduin fueron dos personajes de mi pueblo de cuando yo era un niño y que hoy recordamos con mucho cariño, no obstante el tiempo que ha transcurrido. Ellos eran dos humildes trabajadores vecinos de nuestra barriada y en el desempeño diario de sus diferentes oficios contribuyeron a alegrar nuestras vidas en el transitar de niños a adolescentes. Nosotros fuimos testigos de sus ocurrencias, manías o actos graciosos que llamaban la atención y siempre daban de que hablar. Lograron calar en el corazón de la gente y nos dejaron huella por sus maneras singulares de ser y actuar. Los dos pasaron a formar parte del legado histórico y cultural de nuestro pueblo riocaribero. 


 


 

Una panorámica de nuestra vecindad con La plazoleta entre el Molino y el Alambique. Al fondo se asoman los frondosos árboles de la Plaza Sucre. Esta foto tomada desde la puerta de mi casa por mi primo Rafael Figueroa.


Domingo Rondón (Licaco) 

In Memoriam

 Su canción: Cuando no encuentran a otro, me llaman a mí

Licaco contaba con el cariño y aprecio de todo el mundo; era una persona jovial de sonrisa fácil, dicharachero y muy gracioso. Se ganaba la vida diariamente alternando entre dispares labores: En la mañana trabajaba como repartidor de pan a domicilio, el Toast bread delivery de la época; madrugaba y bien temprano se iba a esperar que saliera el pan del horno de la panadería del Señor Luis Reyes en la Avenida Bermúdez. Él tenía un canasto grandotote que cubría con blanquísimos paños de la misma tela de los sacos donde venía la conocida harina Gold Medal, y lo rebosaba con panes de trigo bien calienticos. Se echaba ese cesto al hombro y emprendía su trajinar por las calles de la barriada; con alegría y jovialidad anunciaba su pan con pregones que siempre los hacía en versos cantados, poniéndole su rima y armonía:

Pan, pan, bien calientico, acabaítos de sacá, pan, pan… aprovechan ahora,  porque ya se me va a acabá

 


Domingo Rondón (Licaco) posando con sombrero y alpargatas 

para la cámara de Rafael Figueroa.

 

Una vez que él terminaba su jornada de reparto de pan en la mañana, sin descansar pasaba a otra actividad para ofrecer su Express Service. Buscaba su vieja carretilla de hierro, de las utilizadas en albañilería y se estacionaba en la calle frente a la playa. Allí sentado bajo la sombra de una mata de almendrón, esperaba pacientemente que la gente acudiera a solicitar sus servicios. Él tenía gran facilidad para cargar y transportar cosas pesadas, debido a que era un grandulón de muy fuerte contextura porque comía mas que una nigua. Con facilidad trasladaba por la calle los productos de las compras de la gente en la playa o en el mercado, pescado, carne o vituayas; también lo solicitaban para pequeñas mudanzas a las casas o lo mas frecuente, buscarles agua potable en baldes, latas y bongos desde la pila del Molino. Tareas todas que él siempre hacía con mucho afán y entusiasmo, además las cumplía aspirando solo por una modesta propina.

 

            Su mas agotadora faena, la dejaba para las horas de la tardecita, cuando el Sol estaba mas calmado. De nuevo los chirridos bulliciosos de las ruedas de su carretilla se oían por la calle ofreciendo sus servicios, pero esta vez era para recoger y luego botar, los trastes, peroles y cuantos cachivaches acumulaba la gente arrumaos o tiraos en los patios de sus casas. Las garrafas y botellas de vidrio luego las vendía para reciclar. Anunciaba esta nueva tarea, entonando un diferente cantaíto:

Aquí voy pasando yo, pa’ to lo que ustedes tengan pa botá,

aquí voy pasando yo

 

Si la gente de las casas no se interesaba por este servicio, entonces él lejos de ponerse triste y afligido, seguía su camino muy sonriente cantando este verso con rima y armonía: 

Cuando no encuentran a otro me llaman a mi… me llaman a mi…

 Pero después cuando me busquen, se jodieron porque yo ya me fui,

yo ya me fui

 

Él era un gracioso conversador que después de cenar siempre se aparecía en la noche por la esquina de la bodega de Cletico frente al Molino, donde se la pasaba echando bromas y a los muchachos nos entretenía bajo el poste de luz, contándonos animadamente cachos que él siempre inventaba. Todos a su alrededor le escuchábamos muy atentos pero a veces sus jocosas cobas llegaban a la exageración y entonces le tildábamos de rolo e’ mojonero. Algunos solían hacerlo enfadar con bromas pesadas llamándole come aguacate (una expresión para cornudo en el argot riocaribero) o le decían algunas cosas que le hicieran ponerse muy serio: Licaco, hoy vino preguntando por ti la señora Eduarda. Muy inocentemente él respondía: ¿Y qué sería lo que ella quería?. Entonces le decían: Eduarda estaba muy furiosa porque andaba en busca de un carajo que vieron persiguiéndole sus chivas para hacerle la maldad por el cerro de la Ermita. ¿Será que fuiste tú, Lico?... Eso bastaba para borrarle su sonrisa, y con el ceño bien fruncido, pegando un brinco, dijera:

Sáquenmelo, Vergajos, no sean ustedes tan Culeros y váyanse todos

 a jodé a otro o a hacerse la Puñeta, no me joodan...

 

 

Edwuin Daután (Eduín)

In Memoriam

«Un celoso guardián de la plaza Sucre»

 

Eduín era un señor oriundo de la vecina Isla de Trinidad, de tez morena oscura y hablaba con un fuerte acento patuá trinitario que se le notaba mucho. El había sido traído al pueblo siendo un muchacho por mi abuelo paterno, Chico Oliveros, quien lo adoptó como un hijo y le consiguió un empleo municipal como guardián y encargado de las áreas verdes de la Plaza Sucre. Esta plaza había sido construida en el año 1926 como un lugar de encuentro y esparcimiento para la comunidad en honor al héroe insigne hijo de nuestro estado. Eduin era un admirador de la gesta independentista del Gran Mariscal de Ayacucho, se tomó ese trabajo muy en serio y se dispuso a cumplir con sus obligaciones de forma bien responsable y eficiente.

 

La Plaza Sucre brillaba como una tacita de oro, gracias a la atención y tanto esmero que él le dedicaba a sus plantas, regándolas a diario y hasta haciéndoles obras de arte con la magia de sus tijeras. Recuerdo que tenía bajo su cuidado muchas rosas, cayenas, lirios, azucenas, orquídeas, y también matas de fruticas de vinagrillos, mararabes y cerecitas. Eduin se hizo la fama en la vecinidad de ser muy estricto y celoso para el fiel cumplimiento de las normas; se le veía como una autoridad única en la plaza donde todo el mundo andaba derechito. Cuando él desde lo lejos divisaba a los carajitos en plan de alguna tremendura o que pretendían arrancarles las flores a sus plantas, los alertaba con un silbato. Si estos se hacían los sordos, él no dudaba en ir a sermonearlos, pero lo hacía con un tono afable, cordial y respetuoso. Por eso todos los muchachitos y jóvenes le guardábamos obediencia y mucho respeto. Recuerdo que conmigo en particular, él tenía un trato muy especial y afectivo, por ser un nieto de su protector y padre adoptivo Chico Oliveros, por eso yo me acostumbré desde niño a pedirle siempre la bendición.

 

 

La Plaza Sucre con la estatua del Gran Mariscal de Ayacucho.

Al lado Edwuin Dautan (Eduín), fiel guardián encargado de la custodia de la plaza.


No era mucho lo que a él le pagaban por ese trabajo en la plaza y por eso se ayudaba económicamente dedicándole unas horas en las mañanas a la venta de esnobor (Snowball o bola de nieve), con una carrucha que estacionaba muy cerca de la plaza y justo enfrente de la playa. Allí lo veíamos detrás de esa carrucha bajo la sombra de una mata de almendrón rodeado de gente sedienta ante el sofocante calor, pidiéndole con desespero un esnobor. Con cepillo en mano, Eduin raspa que raspa el hielo de la panelota en el fondo para ponerlo en un vasito de papel y luego agregarle el preparao que exhibía en sus coloridas botellas. Preguntaba: ¿De qué lo quieres? Aquí hoy les tengo: Catuche, parchita, limón, tamarindo, coco, guayaba, jobito’el río, o si prefieres un frapé de jarabe de frambuesa o granadina con su salpicao de leche condensada. Este refrescante granizado conocido en otras regiones como cepillao o raspao, era lo mas apetecido porque por tan solo una locha te aplacaba la sed ante el asedio de aquel picoso Sol Riocaribero.

 

Eduin vivía en la habitación de una casa con salida independiente al callejón adyacente a la plaza; bastaba con que él se asomara desde su puerta , para divisar lo que allí ocurriera a cualquier hora. En la noche era muy escasa la iluminación de la plaza; esto era aprovechado por las parejitas de enamorados que buscaban los bancos de los lugares apartados donde transitaba poca gente, para apurruñarse y pelar la pava en la intimidad. Pero hasta allá llegaba el radar de Eduin para ponerles límites; con mucha amabilidad y un dedo señalando a la estatua, les recordaba que debían guardar el debido respeto por la imagen del Mariscal.

 

En el pueblo, la luz la apagaban cerca de las diez de la noche, de allí en adelante todo quedaba en tinieblas. Los bancos de la plaza eran los sitios de encuentros mas frecuentes para nuestras amenas conversaciones nocturnas; hasta altas horas de la noche seguíamos departiendo sin importarnos la oscuridad, cotorreando, contando anécdotas y cachos (cuentos). A veces las risas y carcajadas se nos iban de control, y era entonces cuando se veían venir desde lo lejos unos ojos y dientes blanquecinos que relumbraban brillando solitos en la oscuridad. Entonces alguno de los del grupo se daba cuenta y hablando bajito alertaba a los demás: 

¡Muchachos dejen la jodedera, paren la gritadera y bajen la voz que por allí yo ví algo y parece que es el negrito Eduin

 En efecto, después de una breve pausa y cuando menos lo esperábamos, de repente el silencio lo rompía una voz ronca y medio soñolienta.

 

Carajitos, ustedes no se cansan de tanta habladera de guevonadas y culerías a estas altas horas de la noche, déjense de la guachafita y tanta guarandinga, váyanse para sus casas que yo también tengo que dormir nojodaaa....

 

 

La Plaza Sucre una foto tomada en época mas reciente.

 El carrito de venta de Esnobor a la derecha es para recordar los viejos tiempos del Tío Eduin. 
      








 


 

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