By Douglas Figueroa
La famosa película Cinema Paradiso que fue ganadora de un Oscar, narra la historia de un niño de un pueblito italiano donde el único pasatiempo era ir al cine; él maravillado por ver las imágenes moviéndose, cree ciegamente que el cine es magia. También en Río Caribe cuando nosotros éramos niños tuvimos nuestro «Cinema Paradiso». Ingenuamente nos parecía mágico que las imágenes de la vida real proyectadas en una pantalla se movieran como si las cosas y la gente fueran de verdad. Con el tiempo nos dimos cuenta que eso no era mas que un truco para engañar al ojo y se conseguía con la rápida secuencia de imágenes estáticas recibidas por la retina; como ellas son retenidas por breve tiempo en la retina, el cerebro las enlaza y por eso las percibimos con movimiento.
Por allá por los años cincuenta, todavía la TV no había llegado al pueblo; así que asistir al cine era el entretenimiento más añorado por todos. Las películas nos podían transportar a otras épocas y a diferentes lugares; nos despertaban sentimientos, curiosidades y emociones tan sólo con ver esas escenas llenas de fantasías, con anécdotas de cuentos infantiles que siempre tenían finales felices.
A nosotros nos llamaban mas la atención las series de vaqueros del salvaje Oeste que se publicitaban como de «Acción, emoción, puños y tiros». Nuestros ídolos favoritos eran siempre «los buenos», que montados en caballos andaban perseguiendo a plomo limpio a los otros que eran muy odiosos, «los bandidos», también, echándose tragos en las cantinas enfrentaban a los fanfarrones y buscapleitos, y al final las escenas terminaban en una guachafita cayéndose a botellazos, silletazos y vergajazos, a diestra y siniestra.
El Teatro Elena: Uno muy elegante y señorial
En Río Caribe tuvimos una muy elegante y distinguida sala de cine, el Teatro Elena, que había sido construido en décadas anteriores como un espacio cultural destinado al disfrute de obras de teatro, ópera, zarzuelas y conciertos de música clásica. Cuando yo lo conocí, el teatro ya había sido convertido en sala de cine, siendo la primera que tuvimos en el pueblo. Los tiempos habían cambiado y las presentaciones culturales sucumbieron al progreso; empezaban a tener mas vigencia las películas para verlas en una pantalla, además eran mas rentables y atraían a un mayor público, diverso y numeroso.
El Teatro Elena había sido una iniciativa de Don Juan María Paván, un entusiasta empresario de origen corso, visionario y propulsor de novedosas ideas para modernizar al pueblo, el cual creció gracias a la bonanza económica que le dio la abundante exportación del «Cacao Rio Caribe», una variedad muy cotizada en los países europeos. La economía de la región, comenzó a decaer a raíz de un ciclón que pasó por la costa de Paria en 1933, arrasando con todas los cultivos de las haciendas y provocando que muchos de esos exitosos productores dejaran el pueblo para establecerse con otras actividades en la capital. Nos decían que este Teatro había sido el de mas elegancia y categoría en la región, porque contaba con todos los adelantos de la época y estaba dotado de finos detalles de exquisito gusto.
Tenía un escenario de lujo con sus elementos de iluminación, cortinas, alfombras, telones y al pie del cual había un proscenio adyacente acondicionado para la ubicación de una orquesta. En la parte de adelante estaba la localidad de patio, que colindaba con el escenario, y tenía confortables sillones de cuero con espaldares. También se accedía por una escalera a un ambiente mas económico en la planta superior que lo llamaban «el gallinero». Por eso este teatro era motivo de mucho orgullo para nosotros los riocariberos.
Rio Caribe llegó a tener tres salas de cine
Mientras el antiguo Teatro Elena, era elegante, lujoso y de finos detalles, el ambiente de los dos cines sin techo era modesto e informal. Estos tenían secciones divididas con rústicas barandas; cerca de la pantalla tenía bancos de madera, mientras que la sección del fondo era semitechada y dotada de butacas con posabrazos para comodidad de la gente mayor.
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En las películas mejicanas de los años cincuenta, entre los artistas que mas destacaban estaban los cantantes Jorge Negrete y Pedro Infante, y la muy buenamoza diva María Félix. |
En las temporadas cuando hacía calor, los dos cines al aire libre tenían mucha audiencia, pero no así en tiempos lluviosos; porque cuando caían fuertes chaparrones, los asistentes sentados al aire libre, tenían que correr en estampida hacia los lados para guarecerse, o brincaban las barandas para invadir la zona VIP techada. Entonces se formaba el gran zaperoco, los que pagaron mas caro se engrinchaban de la rabia, refunfuñando porque terminaban viendo la película entre empujones todos amuñuñados.
La Comay Juma: Una actriz de reparto en todas las películas
Antes de que comenzara una película y tan pronto se apagaban las luces siempre pasaban un noticiero de la Bolívar Films. Estos mostraban resúmenes de los sucesos nacionales de la semana, que incluían eventos oficiales donde siempre aparecía la figura del gordito presidente de la época, portando cachucha y medallas en el pecho, cortando la cinta en alguna inauguración, bajo bulliciosas fanfarrias con trompetas y tambores. Los expectadores también ya estaban acostumbrados a ver en la pantalla, imágenes superpuestas de la silueta de una persona muy conocida en el pueblo que llamábamos la Comay Juma.
Su nombre no aparecía incluido entre las artistas del reparto, como las populares y famosas María Félix, Sara García o Toña la Negra. La silueta de la Comay con frecuencia iba y venía, porque se le atravesaba al haz de luz proyectado de la cabina a la pantalla. Ella se ganaba la vida con la venta de «maní tostado en su concha» con envoltorios de papel de estraza, a locha el bojotico. En su constante trajinar, caminaba muy oronda con una flor en la pata de la oreja y un tabaquito «prendío con la candela pa’dentro» y echando humo. Llevaba su cesta a un lado y en cada trajinar vociferaba:
Maní, maní… bien tostaíto… pa’ los que están enamoraítos.
La Comay era una simpática dama, muy echadora de bromas, dicharachera y de sonrisa encantadora. Todos le tenían gran estima por su trato dulce y cariñoso, siempre muy respetuosa. Pero cuando la hacían enfadar, era muy divertido escuchar las palabras fuertes y malsonantes que a flor de labios sacaba de su rico repertorio. A veces en cada recorrida en la oscuridad, no se daba cuenta que a la gente le tapaba la vista de la pantalla, porque se distraía mientras escudriñaba en busca del sencillo para dar el vuelto; algún mamador de gallo, jocosamente le gritaba desde atrás:
Apártate Comay Juma, que tu hoy no comiste caraotas plásticas.
Por lo general, la Comay procuraba ignorar las bromas de esos jodedores, pero entre el público siempre había alguien que, haciéndose el pendejo y como quien no quiere la cosa, estaba dispuesto a jurungarle su lengüita con discretos comentarios como…
Caracha mi Comaíta, no me dejaste ver el momento cuando María Félix le iba a zampar la cachetá a Jorge Negrete porque la quiso besá. Esa partecita me la tapaste y después no supe lo que pasó, por culpa tuya.
Este inocente comentario era suficiente para quitarle a la Comay su siempre fácil sonrisa y sacarla de sus casillas. Con el ceño fruncido y a todo pulmón respondía con un rosario de delicadas palabras que hacía reír a todo el mundo…
¡Sácamelo, Vergajoo, Culeroo, Carae’guate, Temigoso, Relambe’pipe, Puñetero, Come aguacate!
Genial, me moría de la risa imaginar la carrera que pegaron por la rama en la oscuridad , que buena forma de expresar los recuerdos. Me encanta
ResponderEliminarMe alegra que le guste, fue una experiencia que dejo huella.
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